Publicado por: Ángel Rupérez


Parece que han venido los Reyes Magos. Está el salón repleto de regalos. No sé cuándo vendrán los niños a recogerlos. Es una bonita tradición, sin duda, aunque también arrastre con ella un lastre preocupante.  Todo se basa en un engaño y luego la vida consiste en hacerse cargo de ese engaño. Había cosas maravillosas que luego se demuestra que eran falsas. ¿Mereció la pena? Cualquier intento de recobrar aquella ilusión engañosa tropieza una y otra vez con la hosca realidad, encargada de decir siempre la verdad. Parece como si fuéramos alumnos aventajados de Freud. Antes la verdad que la mentira, pase lo que pase. Entonces ¿por qué alimentar esa ilusión? Porque sabemos de sobra que es un modo de atentar con la realidad misma, casi siempre invencible. Aunque solo sea transitoriamente, en una fiesta de la fantasía, sucumbamos a esa mentira que tanta alegría produce. Ya se encargará la vida de desmentirla con su ejército de realidades antipáticas, todas ellas radicalmente verdaderas, ajenas a cualquier ilusión mágica que las convierta en regalos caídos del cielo (de Oriente).

     El poeta T.S.Eliot, cristiano practicante, perteneciente a la iglesia anglicana, de misa diaria antes de ir a su despacho en la editorial Faber & Faber, escribió un gran poema titulado El viaje de los Reyes Magos (The Journey of The Magi) , nada complaciente con la tradición nuestra que acabo de comentar. Por el contrario, ese poema describe un viaje atormentado en el que los Reyes se dirigen al Nacimiento, en medio de toda suerte de penalidades, y encuentran al final el Nacimiento pero también la Muerte. ¿Por qué no detenerse únicamente en la alegría del Nacimiento? La voz que personaliza el viaje, al final del poema, habla desde el recuerdo y asegura que volvería a hacer el viaje, por más que penoso que volviera a ser. Sin embargo, “¿Hicimos todo ese viaje para/ Nacer o Morir? Hubo un Nacimiento, es verdad, /tuvimos la evidencia, no hay ninguna duda. He visto nacimiento y muerte, /pero había pensado que eran diferentes; este Nacimiento fue/ una dura y amarga agonía para nosotros, como una Muerte, /nuestra muerte…”.

   Como se ve, nada que ver la visión eliotiana del Viaje de los Reyes Magos, tan oscura y atormentada, con la que la tradición española nos ha regalado, tan alegre, fantasiosa, generosa y vital. Los Reyes Magos hacen un viaje feliz para hacer felices a los niños y puede que también a los mayores si son capaces de volver a ser niños, con todas las consecuencias de esa fe que deja de lado  la realidad y la ignora desdeñosamente, como si fuera un incómodo inquilino que se ha colado en nuestra casa y al que es casi imposible echarle.  ¿Y luego qué? No importa, luego vuelve la Realidad de nuevo, el impertérrito inquilino, el encargado de decir la verdad…al que, sin embargo, se le puede molestar  con la encendida  ilusión del viaje al país de las fantasías inmortales, por si acaso alguna vez tuviera lugar de verdad  un regalo sobrenatural de ese calibre (y no hay ninguna duda de que la experiencia de los regalos que traen a los niños los Reyes Magos es estrictamente sobrenatural).  

   ¿Con qué me quedo? Puesto a elegir, me quedo con este viaje nuestro, que contiene el símbolo del regalo total en los regalos concretos de los niños. No es un mero regalo de un día, puede ser un regalo para siempre. Prefiero esa ilusión antes que la desilusión agotadora de Eliot o del propio Freud, que al final de su vida escribió el más demoledor ensayo sobre las creencias religiosas titulado El porvenir de una ilusión . Necesitamos ilusiones grandes para afrontar el viaje, el duro viaje que nos conduce al Nacimiento y a la Muerte, en una oscura paradoja que no podemos soportar. No solo tenemos que amar la vida, sino la muerte también. Y si amamos a esta última, tal vez el viaje nos lleve a alguna parte. Y esa parte está contenida en los regalos caídos del  cielo de los Reyes de Oriente.


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