Publicado por: Ángel Rupérez


Quedamos a comer de vez en cuando, una vez al trimestre mínimo. Es un joven profesor y filósofo al que admiro muchísimo, no solo por sus ideas pedagógicas sino por su visión de la filosofía y de la política y de la literatura y de tantas cosas. Ayer volvimos a quedar en un restaurante de la calle Hortaleza, donde tiene su sede el Colegio de Arquitectos. Nos habló de un viaje reciente a Hamburgo y Bremen y elogio a las dos ciudades, con el frío metido en el cuerpo pero también con el calor del entusiasmo por conocer esas ciudades, que nos invitó a visitar (Hamburgo, la ciudad de Schopenhauer, ¿cómo no? Solo de oír ese nombre ya enciendo el motor de mi particular devoción…) Guillermo es contagioso en sus entusiasmos y te arrastra irremediablemente hacia sus pasiones. Hace poco me regaló un libro extraordinario de una joven víctima de los nazis, en el París de la Ocupación. Su nombre, Hélène Berr, judía, bellísima en la foto de la portada del libro, impresionante en sus apreciaciones de todo tipo, y en su Bondad absoluta. Duro libro pero, a la vez, de una Humanidad sin límites, capaz de contagiar esa creencia en lo humano justo cuando más salvajemente es atacado y destruido.

En la comida de ayer mostró su pasión por otras de mis pasiones musicales, Van Morrison, que acaba de actuar en Madrid. Si no hubiera admirado al músico irlandés desde tiempos lejanos (¡Oh!, Astral Weeks, esa joya), me habría dado prisa para escucharlo. Eso me ocurrió con Bill Fay, al que no conocía en absoluto y que he conocido por él. Maravilloso músico, por cierto y magníficas sus letras. Guillermo hace tiempo me enseñó que Mandela había sobrevivido en su larguísimo cautiverio gracias a un poeta, amigo de Stevenson, W.E.Henley, del que solo conocía su nombre o poco más. Me pidió que tradujera ese poema, Invictus, que tan decisivo había sido para Mandela y lo hice muy gustosamente. Cuando falleció Mandela, expliqué a los lectores del periódico (El País) ese hecho, comentado algunos pasajes del citado poema, especialmente el final: “No me preocupa que se cierren las puertas/ni que lluevan sobre mí un sinfín de castigos,/ pues sé que yo gobierno el rumbo de mi vida/ y que soy el capitán de mi alma invencible.” Invencible parece también el alma de Guillermo.

Guillermo (García Domingo) es lo que hoy diríamos un crack absoluto, en muchos órdenes de la vida. Si tocas una fibra del sentido de la justicia y te muestras arbitrario, puede que tengas serios problemas con él. Si arremetes contra los débiles porque sí, y te recreas en esa suerte, ya te puedes ir preparando. Si arrasas con la educación pública porque conviene ahorrar en el presupuesto, ya tienes ahí a al alguien dispuesto a resistir como sea, incluso con comprometidas actuaciones (y sé de lo que hablo). Los alumnos lo adoran, con razón. Sus libros son excelentes, y del último hablé en este mismo blog, editado por Evohé Ediciones, una excelente investigación sobre la naturaleza indómita, solitaria, independiente y genialmente creativa de Descartes. Gracias a Guillermo me enteré de esa dimensión del filósofo francés que trasciende con mucho los tópicos de manual sobre su personalidad filosófica.

Ahora está preparando un libro del que no diré nada aún para mantener la intriga, incluso ante mí mismo. Como siempre, la Ética subyace a su peregrinación en busca de la grandeza humana, tantas veces denostada, denigrada, vejada y arrasada por los criminales de toda laya y condición, los nazis en puesto prevalente. Ayer nos habló de un episodio de la reconciliación entre un terrorista irlandés y la hija de una de sus víctimas (lamento no haber retenido sus nombres). Llevó a sus alumnos a escuchar el intercambio entre los dos con el fin de que vieran hasta qué punto es posible la reconciliación, a pesar de los pesares. Asombrosamente ejemplar. Guillermo es ejemplar. Puedo decir muchísimas cosas positivas de él -¡también es madridista! -, pero en este instante me sale la palabra ejemplar para definirlo. Lo dicho, Guillermo es ejemplar. Es todo.


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