UNA MIRADA
23-07-2019

Publicado por: Ángel Rupérez


Al pasar por la calle Montera, me encuentro con una mirada inesperada. Una mujer, que ejerce la prostitución, me mira de una manera que  no es la mirada habitual de las mujeres jóvenes que esperan en esa calle la llegada de clientes. Es otra clase de mirada, ni dura, ni indiferente, ni hecha de largas esperas ni de desilusiones y amarguras, todo ese mundo interior que imaginamos en las  mujeres que venden habitualmente su cuerpo. Esa otra mirada ha tenido algo de compasivo y suplicante, a la que vez que de amoroso, y con ella he seguido caminando, dándole vueltas a la impresión, como si se tratara de un aguijonazo, incapaz de volver pero también incapaz de quitármelo de encima. Nunca jamás había visto una mirada así, y paso mucho por esa calle y reconozco que me fijo mucho en esas mujeres, aunque lo haga de una manera discreta, para evitar caer en las redes de la pegajosa curiosidad que investiga a cambio de nada, pues nada ofrezco que no sea molesto para ellas. Una mirada masculina fugitiva, pero que clava su curiosidad y deja una estela de  preguntas sin respuesta, y que ellas repelen con indiferencia y altivez, probablemente hartas de ser contempladas así por hombres que no les sirven para nada. Pero esa mirada de hoy ha sido otra cosa, contenía algo que trescendía la frialdad habitual, o la hosquedad agazapada, o la repulsión disimulada, o el rechazo de quien se sabe por encima de sus circunstancias y no quiere esos juicios rápidos que dejan esos ojos que pasan de largo, marchitando cualquier esperanza de justificar su presencia allí, pues ellas necesitan esa esperanza. E insisto, esa mirada ha sido otra cosa, radicalmente otra cosa. Una mezcla de sonrisa y candidez, de suavidad y mesura, de elegancia y templanza. Algo absolutamente insólito y asombroso que me ha acompañado sin saber qué podía hacer con esa mirada, de una calidad superior y muy por encima de esas circunstancias degradantes, que siempre obligan a esas preguntas que, a la vez, se convierten en ofensivos puñales pues solo sirven para  para acorralar y desamparar aún más. Si al pasar miras de soslayo, ves un cuerpo que se ofrece y la mirada subraya esa condición y la expone aún más al desamparo y a la degradación. Pero la mirada de hoy ha sido algo diferente, y con ella me he alejado queriendo saber lo que nunca podré saber. ¿Por qué esa mirada si allí no hay ninguna clase de amor? 


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