Una botella en el océano19-05-2015
Publicado por: Ángel Rupérez

Una botella en el océano equivale a una palabra dirigida a alguien para que ese alguien se sume a un encuentro que tiene lugar en silencio, el silencio de la lectura, el que nos lleva a sintonizar - o no - con ese otro que nos habla de esa manera. Si conectamos con su espíritu, permanecemos fieles y, si no, lo dejamos, a veces desilusionados porque esperábamos algo más. ¿Quién no ha vivido esa experiencia? ¿Quién no se ha acercado a ese otro esperanzado y no ha acabado de encontrar en él lo que buscaba? Nos pasa muchas veces en la vida diaria y nos pasa con frecuencia en esa otra forma de comunicación que llamamos literatura (o arte en general).Escuchamos esa música y nos transporta a dios sabe dónde, provocando en nosotros una agradecida sucesión de emociones, a las que no sabríamos poner nombre. Vemos ese cuadro y nos quedamos perplejos, inmovilizados, dispuestos a permanecer frente a él el tiempo necesario, como Van Gogh dijo del cuadro de Rembrandt (siglos y siglos frente a él, y no cansarse nunca, vino a decir). Vemos ese edificio y nos sentimos poderosamente atraídos, subyugados por esas formas o por esa habitabilidad increíble, pensada exactamente para hacer feliz a la gente y generar un poderoso sentido de vida a lo grande, en el espacio de esas paredes que recuerdan a un paraíso habitable, sencillo, cómodo, de verdadera casa soñada. Leemos ese poema, o esa novela, o ese drama, o esa filosofía, y nos sentimos como en casa, asombrados, agradecidos, ilusionados, alegres, o también afectados por la sombría proyección de esa experiencia, de la que no nos apartamos un ápice, aunque sea dura e inhóspita, porque, a la vez, está dotada de la intensidad pegajosa del arte verdadero. ¿Quién no ha vivido eso? Lo vivimos todos los días, cada vez que nos enfrentamos a los maestros que más perseguimos y admiramos o a las sorpresas que nos encontramos y que nos sacuden y alertan: ojo, eso está bien, eso es verdad, ese poema habla por sí solo, esa narración tiene vida, aunque no conozca a sus autores o no supiera nada de ellos con antelación.
Sin embargo, también vivimos lo contrario, la contrariedad de no poder conectar o no poder seguir esa huella trazada sobre una superficie que nos atrae: lienzo, aire sacudido por las notas, espacio urbano a los ojos, novela o poema en las manos, sentados en el sillón. Son botellas lanzadas al mundo oceánico para encontrar o no receptores que encajen con ese espíritu oculto. A veces conectamos y a veces no. A veces también abandonamos, nos vamos, no queremos seguir esas pautas. Nos decepcionan, no son nuestras, son para otros, ¡que los habrá!.
En esas estamos. Pizcas lanzadas al mundo para encantar o desagradar, para ilusionar o decepcionar, para enaltecer o degradar, para entusiasmar o desapegar.
¡Bienvenido sea el océano de las artes! ¡Bienvenido sea este océano internáutico! Para bien o para mal, viajemos en él, aunque solo sea para ir a la vuelta de la esquina, donde me aguardan mis seguras presencias, a las que amo con locura.