Gloria Fuertes
15-03-2017

Publicado por: Ángel Rupérez


Recuerdo sus apariciones en programas televisivos de  los 70, con su inconfundible voz grave que no restaba un ápice de la credibilidad a su infantil encanto.  Hacía relatos en verso para niños, ocurrencias que procedían de un compromiso auténtico con la infancia, muy lejos de la mera componenda televisiva para obtener beneficios. Se creía absolutamente su papel, como niña grande que era. Los niños se divertían muchísimo con ella, y yo también lo hacía, que por aquella época ya había dejado de ser un niño. Años después, yo mismo convertido en niño gracias a la infancia de mi hijo Nacho, leí por la noche a ese infante muchos de los cuentos que Gloria Fuertes había publicado para seguir siendo niña eternamente. Esas sesiones lectoras por la noche han dejado en mí una huella que no es fácil borrar. Las huellas de experiencias auténticas – las que no tienen cálculo, las que no son interesadas - no son fáciles de borrar.

   Cuando murió la poeta, propuse un artículo de reconocimiento a la responsable de Cultura del periódico en el que escribía y aún escribo. No le pareció bien y nunca llegué a saber por qué, aunque imaginé que para ella carecía del caché suficiente como para ser merecedora de que alguien la celebrara en esas páginas. Digamos que para esa – por lo demás -  magnífica periodista, Gloria Fuertes  era representante de la “cultura popular”, o algo así, y el periódico era un sitio serio, digno de otros rangos. Lo lamenté profundamente porque estaba convencido de que la poesía de Gloria Fuertes era valiosa como podía serlo la de Lewis Carroll, solo que sin el aval del prestigio que el autor inglés tenía tras de sí.

   Ahora veo que carteles por la ciudad anuncian un homenaje a esta insólita creadora y entretenedora televisiva. Me he puesto muy contento al verlo y me he prometido ir a ver la exposición en cuanto pueda. Merecidísimo homenaje que es tanto como decir merecidísima memoria    vuelta sobre sí misma para rescatar del tiempo su mejor aroma de inconfundible plenitud. Esa mujer de voz exageradamente grave cuenta relatos que tienen miga pero lo hace con la inocencia que parece no saber nada de la vida compleja, es decir, de la vida que ha olvidado a la inocencia y ya no sabe apenas nada de ella. En absoluto: la vida es compleja y por eso merece esos relatos que avisan de la ilusión pero también de la realidad, las dos mezcladas en un reconocimiento poético, exactamente digno de la vida tal cual es.

    Bajo por la calle Santa Engracia y veo que el viento sacude los carteles colgados de las farolas. No son políticos los anunciados, no, es una escritora, es una poeta la que llama la atención. Fulge su nombre con  la última luz del sol de marzo, una especie de cadencia color azul oscuro impresa en el aire. El cartel se agita con el súbito vendaval y da volteretas, como un trapecista que hace girar su cuerpo sobre el trapecio, sin miedo a caerse.  Retorna el cartel a su posición en cuanto cede la ventolera ya casi primaveral y el nombre estabilizado – Gloria Fuertes - orienta la memoria hacia lo mejor de sí misma.

    Si volviera a morir Gloria Fuertes, volvería a llamar al periódico para escribir sobre ella e intentaría convencer a la responsable de entonces de que cambiara de opinión, de que merecía realmente la pena recordar a esa poeta y narradora y darle las gracias. Gloria Fuertes hace sonar su grave voz sobre el crepúsculo madrileño y arranca de cualquier tiempo pasado un resplandor de inocencia que se convierte en bandera para enarbolarla siempre que sea necesario.

   Ahora mismo es necesario. La inocencia siempre es necesaria, aunque se convierta enseguida en un paraíso perdido. La única forma de volver a ser inocentes es volver a oír la voz de Gloria Fuertes, en cualquier tiempo. Adormezco a mi hijo Nacho leyéndole sus cuentos, que eran para él los preferidos. Teníamos muchos pero siempre escogía los de Gloria Fuertes, divertidos, ingenuos, encantadores, susurrantes, rítmicos y con una miga sutil milagrosa, por donde asomaba el mundo tal cual es, pero sin dejar de ser inocente. Era la inocencia que se negaba  a morir. Era Gloria Fuertes que se negaba y aún se niega a morir.      


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