Publicado por: Ángel Rupérez


La pobre y grandiosa Barcelona, bastión contra el nacionalismo aldeano, pedestre, vulgar, zafio y calamitoso, sigue ardiendo porque los rabiosos y furiosos independentistas, inmensamente frustrados por no haber alcanzado su arcadia barata, llena de lamparones de bajeza mental inconmensurable, han decidido vomitar su rabia levantando incendios por toda la ciudad, chamuscándola con su odio que se dirige a la ciudad que les niega por más que quisieran que fuera únicamente suya, cerrada a cal y canto a sus designios de baratos racistas, llenos, por otra parte, de múltiples complejos de inferioridad (me lo explicó hace siglos un catalán amigo, profesor como yo, de nombre Josep Elias, que había sido nacionalista y que lo había dejado, harto de semejante cazurrería mental, llena de complejos, me dijo, entre otras cosas porque soñaban con el poder que no tenían y que no tendrían nunca, vaticinó. Tenían un poder, sí, pero no todo el poder al que aspiraban). Barcelona no puede ser suya, les niega, es multicultural y suficientemente abierta - menos que antes, sí, pero aún resiste - y suficientemente mezclada, con muchísimos extraños a su sectaria y pacata dimensión de aldeanos, y por eso la odian y pretenden quemarla, para quemar a su enemigo, el español encarnado en esa ciudad que les sobrepasa. Pobre Barcelona quemada por esos bestias, que nos quemarían a todos sin problemas, tal es su odio identitario y racista, tal es su inferioridad sublimada en cánticos de raza pura, al modo...¿nazi? O no, no quiero ir tan lejos, solo que aquí puedo escribirlo, en mi diario cibernético privado, al alcance de muy pocos, yo entre ellos. Sí, nacionalismo de estirpe violenta, de pretensiones uniformizadoras, de superioridades montadas cobre complejos de inferioridad, como decía Josep Elías, esté donde esté este catalán estupendo, que recuerdo ahora vivamente, con todos sus rasgos juveniles y su limpia pasión catalanista, que no nacionalista. Arde Barcelona, y me da inmensa pena verla arder, cada vez con más furia, hoy con más furia, coches calcinados, hogueras como murallas, por las calles del Ensanche, no sé cuáles, pero cualquiera de las que he caminado en numerosas ocasiones, ahora perseguido por los bárbaros, que también a mí me quemarían, por ser extraño, por ser de los otros, por ser castellano, español, lo que ellos, zoquetes acomplejados, quieran. Pobre Barcelona, no te mereces estos bárbaros pero hay una esperanza: nunca caerás del todo en sus manos, te librarás de su barbarie porque tú no tienes nada que ver con su locura y porque sabes amar a los que siempre te hemos amado. 


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