Atentados
02-01-2017

Publicado por: Ángel Rupérez


 Un escenario de pesadilla nos abate como solo lo habían hecho en su día los atentados de ETA. Cuando a veces paseo por Madrid, veo placas que recuerdan aquellas atrocidades que nos mantenían durante días apesadumbrados, haciéndonos infinitas preguntas sobre aquellas horrendas salvajadas hechas en nombre de la liberación del pueblo vasco , como decían aquellos criminales, algunos de ellos ahora  entre rejas. Con semejante abstracción hueca y vacía, cometían espantosos atentados, y las imágenes crueles de muchos de ellos – amasijos de vehículos humeantes o en llamas,  cuerpos yacentes destrozados o malheridos en la calzada, supervivientes  escapando aturdidos del horror - aún perviven en nuestra memoria. Ya digo, cuando paseo por Madrid me encuentro a veces con esas placas y siempre me estremezco pensando en las víctimas que padecieron aquellos horrores. Incluso yo a veces me veo como víctima, en el sentido de que tuve la desgracia de tener que saber de todo aquel incalculable horror.

       Una de esas placas  a las que he hecho referencia está en la calle Juan Bravo, esquina Príncipe de Vergara, en una de las paredes del sanatorio del Rosario, donde nació mi hijo Miguel y donde estuvo recluido en su día, recuperándose de una depresión,  Juan Ramón Jiménez. Me gustaría saber qué pienso y siento exactamente cada vez que paso por allí, y lo hago muy frecuentemente. Tal vez sobre todo siento una inmensa pena por los asesinados, por la vida que tan injusta y cruelmente les arrebataron, y quizás también piense en sus allegados y en la herida que les acompañará de por vida, sin restañamiento posible, a pesar de que el tiempo les haya ayudado en algo a suavizar el dolor. 

     Ahora es el terrorismo jihadista el que nos devuelve cada dos por tres al escenario de los horrores. Nueva York, Bali, Bagdad, Madrid, Londres, Bruselas, París, Niza, Berlín…y ahora, anteayer mismo, le ha tocado a Estambul, ya de por sí martirizada por esa clase de bestialidades hechas en nombre de las sagradas abstracciones. Cuando algo así ocurre, lo primero que hago es pensar en el escenario, me sitúo en él, e imagino a las víctimas y al propio asesino, capaz de semejante horror. Las abstracciones, convertidas en creencias ciegas, facilitan esa clase de actos, mucho más allá del horror que puedan inspirar. Siempre ha sido así y siempre seguirá siendo así. Detrás de toda acción hay siempre un pensamiento que justifica la acción misma, y eso vale tanto para el bien como para el mal.  El que socorre está movido por un pensamiento compasivo mientras que el que asesina lo está por uno de odio ilimitado.

    Estábamos celebrando el fin de año, estábamos contentos, como lo hacían los que estaban en la discoteca Reina de Estambul. Exactamente igual. La alegría de la despedida y la alegría del estreno de un nuevo año. Esa clase de convenciones de las que hablaba el otro día que nos predisponen a someter al tiempo a su condición de benévolo comparsa de nuestras vidas. Pues bien, tuve la pésima idea de abrir el móvil, consultar las noticias por un segundo y…Había vuelto el horror, en este caso a Estambul. Es la nueva pesadilla de nuestro tiempo, el asesinato en serie de gente por el solo hecho de ser parte del enemigo creado por el odio de las salvajes abstracciones: los judíos, los cristianos, los musulmanes, los negros, los homosexuales, los infieles (dicen aún)…Los asesinados solo celebraban el fin de año y eran de distintas nacionalidades, pasaban por allí, se les ocurrió ir allí, había música, podían beber (imagino), bailaban, deseaban…hasta que el asesino irrumpió y el crimen  arrasó salvajemente, sin piedad.

     Cada época tiene sus propias pesadillas. La nuestra es exactamente esta.   Una pesadumbre nos embarga y nos preguntamos cuál será la duración de la enfermedad y a cuántas víctimas más se llevará por delante. Entre tanto, las víctimas de anteayer, su individualidad masacrada, su existencia arrebatada, los latidos de su corazón parados para siempre, lo que fue su sonrisa, lo que fueron sus deseos, sus alegrías, sus tristezas, su entusiasmo, su madre, su padre, sus novios, sus hermanos, su memoria, todo el inmenso afecto que habían fabricado a expensas de su tiempo particular, dotándole de significado propio, todo eso ha sido arrebatado por un vil asesino que se ha dado a la fuga, y que puede que ahora se esté dando un banquete a lo grande para celebrar su hazaña.

  Es absolutamente la más que negra pesadilla de nuestro tiempo.  


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