Regreso a Basilea
11-12-2017

Publicado por: Ángel Rupérez


                                                                  Regreso a Basilea

Hace muchos años, allá por 1974, pasé un mes en Basilea trabajando en una multinacional química, cuyo nombre ahora no viene al caso. Acudimos allí en busca del oro suizo – sus fabulosos francos de entonces – una buena recua de estudiantes de la Universidad de Valladolid, a la que había llegado – ignoro cómo – una invitación para que los alumnos se curtieran en aquel particular Erasmus petroquímico, a pesar de que todos éramos alumnos de Humanidades (¡qué precioso nombre!). Era aún la época del antifranquismo y todas aquellas cosas más o menos comunistas, por las que mi temperamento anarcoide no tenía la más mínima simpatía (eran muy católico en sus escrupulosas jerarquías y estrictas obediencias, castigaban de mala manera a los disidentes…). Nos acogieron facciones trotskistas, supongo que gracias a los buenos oficios de algunos de los nuestros, y en sus pisos residimos, en aquella Basilea de un Rhin esplendoroso, y unos tranvías sigilosos y una elegancia más bien fría, por no decir antipática…Pero creo que amé esa ciudad, a pesar de todo, y callejeé por ella, llevado en andas por el asombro juvenil.

    He vuelto este verano y se han revuelto las emociones, como manda siempre la memoria que ocurra. He vuelto a la sede de la multinacional, en un viaje en tranvía idéntico al que hacía para ir al tajo, y me he quedado pasmado ante esas chimeneas que seguían emitiendo gases al cielo azul, supongo que para mancillarlo. He vuelto al Rhin, y hasta me he bañado en sus aguas junto con mi amada Bel, y he vuelto a sentir la emoción de ese fluir tranquilo, por donde se desplazan barcazas, como entonces, y algunas embarcaciones recreativas, como entonces. He recorrido las calles elegantes, pero ya no frías, y he visitado museos, pero -¡desgracia! – no estaba mi adorado Klee, suizo de nacimiento, porque estaban sus cuadros en no sé qué retrospectiva. Maldije la mala suerte, eché pestes por un tubo, me acordé de aquel Klee que sí vi entonces, en el Museo de Arte Contemporáneo, una impresionante exposición y una impresionante emoción, inolvidable hasta el día de hoy. Fabuloso Klee, admiradísimo, pintor puro donde los haya, grandísimo y genial pintor, ¡otra vez será! Te perseguiré de nuevo y seguro que volveré a tus cuadros, allí o aquí, en Madrid, donde también te he visto en emocionantes e inolvidables exposiciones (Museo Thyssen, recuerdo bien).

    Y ocurrió Federico Nietzsche, mi también adorado Nieztsche, que fue profesor de Bachillerato y de Universidad en esa ciudad, donde vivió aspecto cruciales de su formación, donde escribió el Nacimiento de la Tragedia , y algunas intempestivas, como la genial dedicada a su maestro, el no menos genial Schopenhauer,  desde donde fue a ver a Wagner religiosamente siempre que podía, donde ejerció una docencia que sus alumnos, especialmente los de Bachillerato, admiraron en grado sumo porque era un profesor exigente y ¡¡distinto!! y ¡¡benévolo!! Nietzsche siempre fue distinto en todo y no podía dejarlo de ser como docente. Gran Nietzsche por Basilea, yendo a dar sus clases a la parte alta de la ciudad, desde el barrio más bien de extrarradio donde vivía. ¿Te imaginas ese paseo a primera hora de la mañana? Ese filósofo genial, y nada conocido entonces, ¿en qué pensaría cuando iba a sus clases? Me acerqué a la casa donde vivió – en una de ellas, Spalentorweg 48 – y casi le dediqué una oración. En el hall de la casa había una foto suya y a la entrada una placa en su memoria. Solo en esa casa. En otras donde vivió no había nada, incluso parece que los residentes de ahora habían fortificado la entrada para que los amantes del genio no pudieran asomar sus narices por entre las rejas…

    Luego empezaron las enfermedades, se dio de baja, le jubilaron antes de tiempo, y empezó su periodo errante, como dice su maravilloso biógrafo Curt Paul Janz. Empezaron sus inmensos grandes libros, su aislamiento, su soledad, pero también su impresionante creatividad. Creo que no volvió nunca más a Basilea, pero en la época del derrumbe  fue a recogerlo a Turín su amigo del alma, profesor como él, todavía residente en Basilea, Franz Overbeek.

   Podría decir: divina Basilea, donde  también tuvo su prolongada estancia el gran Erasmo, donde vivió y enseñó Nietzsche, donde aún perduran sus ecos por las calles, donde el Rhin sigue su curso dejando ensoñaciones a los que se sientan en los bancos de sus orillas a ver discurrir el tiempo de las aguas fugitivas, para saber que la vida es exactamente eso, pero también instante eterno. Eso es lo que fue mi última estancia en ella: un instante eterno.     

 


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