Publicado por: Ángel Rupérez


Confieso que no he leído a Houellebecq y no sé si me pierdo algo realmente importante. Soy de la generación de los que nos hemos quedado varados en Patrick Modiano, el poeta de los enigmas indescifrables y las inconmensurables despedidas. Pero leí ayer en la sección de cultura de los periódicos que Houellebecq acaba de publicar un libro sobre Schopenhauer, su  filósofo de referencia  y su ídolo absoluto. Eso me le hizo inmediatamente simpático, y me acercó a él de una manera insospechada, puesto que yo soy también un gran admirador del filósofo solitario de Francfort del Meno. Hasta entonces, cada vez que salía el nombre del escuálido escritor francés, actuando casi siempre como una especie de viejo enfant terrible, me echaba un poco a reír, sospechando – y no sé por qué – de sus posturas rompedoras, como si fuera un profesional del saber mear siempre fuera de tiesto. Pero al ver que admiraba profundamente a uno de mis filósofos favoritos, Arthur Schopenhauer, le sentí tan cercano que hasta me entraron unas ganas casi irreprimibles de leerle, pues supuse que, si compartíamos esa admiración, necesariamente tenían que interesarme sus escritos. Por si acaso, contuve la pasión y me limité a tomar nota y a convencerme de que iría a la librería francesa que hay cerca de casa – Pasajes – y que compraría el libro en cuestión. Además, para reforzar mi decisión, pensé que necesariamente no sería un libro de filósofo profesional, con todo el miedo que  me inspiran esas palabras y al gremio que representan.

    Sin embargo, hubo una cosa que me disgustó de las palabras de Houellebecq y es que contraponía a Schopenhauer con Nietzsche y lo hacía de una manera un tanto elemental, lo cual me inyectó una cierta dosis de reserva sobre el personaje que matizó – aunque no anuló - la simpatía inicial que me habían producido sus palabras. Aseguraba Houellebecq que Schopenhauer representaba el pesimismo  radical y Nietzsche el optimismo más arrebatado (el adjetivo es mío), y, siendo así, a Schopenhauer le había ido mucho mejor en la vida que a  Nietzsche, y eso que este último descubrió  su propio camino después de comprar en  una librería de viejo de Leipzig (creo) un ejemplar de El mundo como voluntad y representación , firmada por un tal Arthur Schopenhauer, del que  Nietzsche nunca antes había oído hablar. De pasada,  recordemos que esa obra decisiva del maestro enemigo de Hegel había pasado absolutamente desapercibida en el mundo filosófico profesional alemán,  completamente ajeno a lo que el independiente y genial Schopenhauer defendía en su opera prima.    

    O sea, si eres radicalmente pesimista te puede ir mucho mejor en la vida que si era arrebatadamente optimista. Si eres lo primero, puedes envejecer plácidamente, viviendo de las rentas, como fue el caso de Schopenhauer, y si eres lo segundo, puedes acabar loco, después de ser un empedernido trashumante y vivir modestísimamente en pensiones y no tener ni para una estufa, como confiesa Nietzsche a su madre en carta muy entristecedora, remitida desde Niza. Por tanto, optimistas del mundo, y psicólogos – y aun filósofos -  contemporáneos de la felicidad, apostad por los negros horizontes porque así tendréis larga vida y estupendas rentas, como las tuvo Schopenhauer…Como se ve, es trivial, y aun banal, y ciertamente poco de fiar, si encima se tiene en cuenta lo siguiente: Schopenhauer sostuvo en sus ideas éticas que, por encima de todo, está al alcance del hombre el cultivo de la alegría, lo cual le hace merecidamente feliz. ¿Por qué no ser alegre? ¿Por qué no estar contento con uno mismo? Vamos, anímate, lógralo, está al alcance de tu mano, lucha por ello, no te resignes, no seas un endiablado y melancólico hombre triste…Esto lo dice Schopenhauer, y esas credenciales no son las de un filósofo resignado a no gozar en absoluto de la vida. ¡Todo lo contrario! Así que no sé si me acercaré a comprar el libro de Houellebecq, no vaya a ser que no haya entendido nada de nada de quien dice ser su ídolo absoluto… 


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