Publicado por: Ángel Rupérez


No sé si habrá espectáculo más fabuloso que el de la plaza de Chamberí  una  tarde cualquiera de un mes de marzo cualquiera. Hoy ha sido uno de esos días privilegiados. Lucía un sol portentoso, todavía incapaz de quemar,  al que casi se le podía mirar de frente como quien mira a alguien directamente a los ojos a cambio de recibir una luz inesperada que procede asombrosamente de un interior desconocido. En cierto modo, el sol es ese desconocido, por mucho que sepamos de él muchas cosas, pero no todas porque ¿quién entiende esa luz por más que sea habitual y diaria y casi rutinaria? ¿Quién entiende la luz de esos ojos? ¿Quién entiende la luz de unos ojos especiales a los que se mira con asombro? Difícil misterio que acompaña con su presencia silenciosa – la luz no se oye, hasta aquí no llegan las explosiones nucleares de la estrella – la combinación de cosas y seres que se entrelazan a esa hora del día, a las cuatro de la tarde.

     Las palomas se mueven con una curiosa carga de pesadez aérea, como globos derrengados con patas cansadas que no saben dónde caerse muertos. Si se desplomaran, como desinflados, y se pusieran a rodar nadie se extrañaría, hasta tal punto parecen torpes, casi risibles, con esa barriga excesiva que da la vuelta a todo el torso y se apodera de todo el cuerpo. Mueven la cabeza con torpeza pero alardean de una cierta dignidad de la que carecen. El pan las vuelve locas y entonces se arremolinan, picotean, se pelean, giran sobre sí mismas y crean un escándalo que acrecienta su torpeza, hasta tal punta las mata su pesadez y su enorme barriga.

   Los gorriones a su lado son pícaros y gráciles, aunque un tanto tontorrones pues se dejan avasallar sin descanso. Pero da gusto verlos con su movilidad saltarina y su voracidad frustrada, debida a su debilidad. Son motivo de asombro y no puedo dejar de recordar el precioso poema de  Claudio Rodríguez. Imagino la escena: un gorrión se le acercó a los pies, se quedó allí algo chulo, osado, demasiado audaz y saltó la chispa del asombro y voló la imaginación creadora en manos del sentimiento generador, que hizo volar a los dos, al poeta y al gorrión mismo.

    Los niños llegan con sus niñeras o con sus madres y a los más mayores les dejan sueltos y arman escenas asombrosamente divertidas, como la manera con que se relacionan con su perro, como si fuera un juguete. Una señora les advierte  que puede que le estén molestando de tanto tirar de  la correa pero ellos no hacen caso y el perro menos, que acata  dócilmente las inocentes perversidades de los niños. Yo también se lo recuerdo mientras cae sobre mí la mirada triste del perro, que parece decir que su destino es saber aguantar y ser paciente.

   La brisa puede levantar alguna que otra cabellera, o hacerse sentir sobre la piel, como si fuera una caricia. Alguna que otra mujer cruza, casi siempre con prisa, arrastrando tras ella un cierto enigma, incluido el de su estilo, preparado previamente en la intimidad, haciéndose tal vez preguntas sobre los destinatarios desconocidos ( o no) de sus preparativos. ¿O no se hacen esas preguntas? A veces sigo discretamente su estela, hasta que se pierden en una lejanía…que hoy no es dolorosa.

   La fuente echa agua sin cesar, cayendo en chorros que crean leves estruendos que levantan espumas pasajeras que vuelven a renacer con cada nueva caída del chorro que previamente se ha erguido para desplomarse…Un ritmo de ascenso y caída, semejante al de cualquier existencia.  Pero la mente hoy no repara en caídas en absoluto, sino solo en ascensos. Todo es ascenso en la plaza de Chamberí, como si la vida en su cumbre fuera solo ascenso y ascenso, como el chorro del agua, que asciende y asciende…¿Hasta cuándo? No hay límites, esa pregunta hoy no tiene sentido. No hay límites, solo hay plenitud. La vida también es esto: una incandescente plenitud que no necesita preguntas, sino solo contemplación, reverencia, aceptación, entrega y gratitud. Como diría Peter Handke, un día logrado o, como diría Niezsche, la existencia eterna y absolutamente justificada aunque solo fuera por un instante así, emblema de su grandeza.

 

 


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