RICARDO III
23-06-2019

Publicado por: Ángel Rupérez


Ricardo III vive enfrente de mí, en un piso cuarto del edificio que veo todos los días de mi vida, en la otra acera de la calle Viriato. ¿Cómo es que Ricardo III vive frente a ti? ¿Qué locura es esa? Ricardo III está muerto y lo devolvió a la vida William Shakespeare, esa es la verdad, la única verdad. ¿Entonces a qué viene la chorrada de antes, esa ridícula boutade de tres al cuarto? La historia es la siguiente. Fuimos a ver Bel y yo una representación de Ricardo III en el Teatro Español de Madrid, hace un tiempo, unos dos años o así. A  medida que transcurría la función, empecé a pensar que ese Ricardo III atormentado y terrible se parecía físicamene un montón al vecino que yo veía desde mi mirador asomado a su balcón y fumándose un cigarrillo, muchas veces con los casos puestos para escuchar música, es de suponer. Yo no tenía ni idea de a qué podría dedicarse ese vecino, ni la más remota idea. Pero a medida que me fijaba más y más, más pensaba que se trataba del mismo personaje, que el actor Ricardo III era mi vecino, el mismo que veía asomado al balcón, con el humo saliendo de su boca en invierno con la coloración azul del frío en sus piruetas y difuminaciones, una vez salía expelido de la boca ( en verano las bocanadas son más vaporosas, ligeras e inconsútiles, como aromas a la deriva). Llegó un momento en que decidí que no había la más mínima duda y que efectivamente Ricardo III era mi vecino, absolutamente. Por si acaso, acabada la función, le dije a Bel que esperáramos en el bar del teatro adonde los actores siempre recalan para tomarse algo, o charlar entre ellos, una vez que han dejado de ser lo seres ficcionales que han encarnado. Así lo hicimos. Nos sentamos en una mesa, nos tomamos un blanco delicioso, y esperamos. Salían unos y otros, pero Ricardo III no salía. Un poco de paciencia, seguro que lo hará. Después de un rato, efectivamente Ricardo salió, acompañado de la señora que yo también a veces veía desde mi mirador, asomándose al balcón no para fumar sino para cuidar sus preciosos geranios, que tanto me gustan. Desde entonces a ese vecino le llamo Ricardo III, y no por su nombre. Si él es mi vecino, puedo decir que el espíritu de Shakespeare ronda por este barrio, lo cual es una absoluta maravilla. Claro está, no es el terrible Ricardo III inmensamente desgraciado de la obra del genio, sino un buen actor que no tiene ni idea de que su vecino de enfrente, al que puede que en alguna ocasión haya visto inclinado sobre su cuaderno, garrapeteando algo, o sobre un libro, leyendo, sabe quién es, y le ha visto encarnar a su otro yo, el que le acompaña desde entonces, Ricardo III, de Shakespeare. ¿No es como la vida misma?


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