Publicado por: Ángel Rupérez


Oh, el premio Planeta, el más adorado de los premios españoles, el de más cuantía, el de más resonancia. Arden las calles de Barcelona, estallan miles de hogueras en numerosas calles, como en una noche de San Juan virulenta, extraña, ofensiva, casi criminal, por no decir criminal. La fascinación de aquella noche de junio, los ruidos de las llamas penetrando en los ojos, devorando el ser de la atención, convertida ahora en esta tropelía inmunda de los indignados independentistas que quisieran que ardiera España entera con sus hogueras. Pobre Paseo de Gracia, ocupado por esas hordas encapuchadas, reencarnación de la horrorosa kale borroka, de tan infausta y desgarradora memoria. Vuelven las hordas, podríamos decir, aquellas hordas, estas hordas. Y, mientras tanto ocurre esa devastación, en un hotel de lujo se celebra la concesión del citado premio, con todas las luces oropélicas que imagina quien quiere dotar a la literatura de esa majestad superficial pero necesaria porque, si no, el arte sería pura ascesis, en la línea de los grandes ascéticos del Arte, y eso no se puede sobrellevar sin la sensación de la pobreza más absoluta, incompatible con los fastos, estos y aquellos y cualquiera otros. El Arte puede reclamar la pobreza para sí, y lo ha hecho en infinidad de ocasiones, pero no es menos cierto que, al la vez, se ha visto rodeado por los clamores del oropel con el que se sanciona una posible verdad con vistas al consumo de la sociedad del espectáculo. Solo me consuela creer que los dos escritores ganadores son de los buenos y, por tanto, ajenos a las maquinarias espantosas de la mentira, tan frecuentes cuando el oropel se sube a la chepa de la Verdad del Arte. ¡Enhorabuena, compañeros! ¡Inmensas felicidades, Cercas y Vilas! Los cheques brillan pero también brillan las obras, y esto último es un consuelo. Yo solo veía en la tele las imágenes de los bárbaros hasta que dieron los noticiarios el notición: entonces caí en la cuenta de que la realidad es compleja y de que las hogueras amenazan cuando la literatura brilla, y que a lo mejor, sin querer, esos bárbaros anunciaban un mundo oscuro, propenso a que los libros ardieran, como en aquellas noches berlinesas, ¿recordáis, bárbaros nacionalistas? Pero ¿qué libros arderían? ¡Los españoles, claro está! El Quijote como representación máxima de la inventiva española, porque de eso se trata: de que arda lo español,empezando por El Quijote, y también los poemas de Fray Luis de León y de San Juan de la Cruz y de Jorge Manrique, y de Antonio Machado, y de Claudio Rodríguez, todos ellos españoles, dignos de ser quemados, como avisaban los bárbaros del Paseo de Gracia, a pocas manzanas del hotel donde brillaba la literatura alzada al universo del olimpo, pasto de las llamas si a esos bárbaros les dejaran, los nuevos bárbaros nacionalistas catalanes, sumamente pacíficos, al decir del pánfilo Torra con cara de beato, simpatizante de las hordas bárbaras porque aspira en sus sueños a formar parte de ellas.


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