Javier Marías
10-03-2017

Publicado por: Ángel Rupérez


Se cumplen 25 años de la publicación de Corazón tan blanco, y yo no lo sabía. La editorial Alfaguara ha conmemorado la fecha reeditando el libro, al parecer de una manera muy especial y esmerada, que yo aún no he visto porque aún no me ha dado por pasarme por la librería más cercana, que está a cinco minutos de mi casa andando. Pero lo haré, seguro que lo haré, y caeré – seguro que lo haré – en la tentación de comprarme el libro, y eso que ya tengo dos ejemplares de la primera edición. Sin embargo, por alguna razón que puede que tenga que ver con la sensación del descubrimiento, tengo una fijación especial con Todas las almas, empezando por su título, que siempre me ha encantado. Me gusta verme a mí mismo leyendo esa novela en casa, con un sentimiento de admiración absoluto, en pleno septiembre tórrido, creo recordar, obligado aún a fortificarme en casa para no sucumbir a las oleadas de fuego que abrasaban la calle. Como es lógico, después de esa experiencia cayó Corazón tan blanco y luego Mañana en la batalla piensa en mí

Modestamente diré que en un reciente libro de relatos mío, Las lágrimas necesarias, he dedicado un relato – titulado ¿Quién vive? - a homenajear no solo esa novela sino a homenajearme a mí mismo, pues tuve la suerte de poderle dedicar un tiempo de mi vida a leerla y a aprovecharme de ella, puesto que me proporcionó no solo placer sino también conocimiento. Debo decir que en mis clases universitarias – y no lo olvido – propuse durante un par de años la lectura atenta de un fragmento de esa novela, para enseñar a los alumnos mecanismos narrativos pero también para enseñarles admiración, eso que nace de nosotros cuando nos topamos con algo a lo que reconocemos valor. ¡Fijaos, fijaos en esto…! ¿Veis ese taconeo? ¿Veis esas luces? ¿Veis ese tiempo de espera? Soy capaz de oler la clase y de sacar una mota de polvo de la mesa donde apoyaba mis folios y cuartillas, incluso de arrebatar algo del aliento de alguno o alguna de mis alumnos que se sentaban cerca, pisando los talones de mi entusiasmo…

Pero ahora no me propongo releer Corazón tan blanco, a pesar de la invitación editorial, ciertamente seductora. Me da la impresión de que prefiero dejarla en la lontananza de mis recuerdos lectores, aunque sean difusos ya. Sin embargo, si abro el volumen que leí en su día -¡hace 25 años! – me topo con frases de gran calado, muy frecuentes en la narrativa de este autor, capaz de narrar y de pensar a la vez, y, por tanto, de dignificar la narrativa con el peso del pensamiento, una vez más a la manera de Proust pero también de Henry James y aun de Juan Benet, por no hablar del maestro de este, William Faulkner…y de tantos otros, tipo Saul Bellow, por ejemplo, maestro en esas excavaciones que abren la narrativa a horizontes de profundidad inusitada, y que la libera de la espantosa banalidad.

“Porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera ni se recuerda incesantemente, lo que se da es idéntico a lo que no se da…”

Cita tomada casi al azar, mientras abro Corazón tan blanco por la página 195 de la primera edición. Subrayado leve de entonces, para no manchar el libro. Apenas dos angulitos en el margen derecho…Foto muy joven de Marías en la contraportada. Ha pasado el tiempo. Picoteo un poco aquí y allá pero no sigo leyendo. Prefiero una cierta bruma que deja las cosas en un pasado lejano pero no del todo arrasado. Hay ascuas, ciertamente las hay, pero prefiero no volver a quemarme, por si acaso. Devuelvo el ejemplar a la estantería. Los alumnos manosean las hojas que les he dado. Les obligo a aplicar la lupa de la lectura atenta, la única posible pero también les digo: “Vamos, no machaquemos el entusiasmo con sutilezas técnicas. Admirad esto, plegaos dócilmente a su encanto. Busquemos al hombre que se esconde en sus tramas, desvelemos ese velo, persigamos al novelista hasta donde le resultemos impertinentes de tanto inquirir realidad, es decir, verdad…Puede que nos acabe odiando al despojarle del escudo protector de la ficción invocando sagradas convenciones narrativas. Pero nosotros buscamos al hombre, le necesitamos, queremos saber quién hay detrás de esas máscaras. ¿Recuerdas ese cigarrillo en la noche? ¿Notas el humo en tus pulmones? ¿Abrasaba tanto como abrasaba el deseo disfrazado de mera curiosidad?

Hemos tenido esa suerte. Somos lectores agradecidos. Gracias, y les obligo a decir: “¡Gracias!”, y me miran como si estuviera loco, y pudiera ser que estuviera loco.


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