Publicado por: Ángel Rupérez


Tengo frente a mí cinco chopos esbeltos que ahora mismo se mueven con el viento. Una especie de cimbreo acompasado de las ramas y una especie de revoloteo de las hojas, más débiles, frágiles y delicadas. Pronto ocurrirá que...Pero ahora son un espectáculo que produce ensimismamiento, embrujo, como un pequeño viaje que acaba en un corazón compartido, el de ellas y el mío, al unísino los dos, hermanados los dos. ¿Saben ellas de mí? Seguro, son conscientes de su regalo y saben que he escrito mucho sobre ellas (están a rabiar en mis poemas, sin ser yo muy consciente de ello...) Cuando miro a los chopos, no puedo dejar de recordar el poema de Cernuda, titulado El chopo, del que creo que ya he hablado en estas páginas (me repetiré, estoy condenado a repetirme). Trascendencia, elevación, ser como ellos, no tener la muerte asegurada, aunque sus hojas si la tengan, pero a sabiendas de que renacerán, seguro que los harán, mientras que nosotros ¿renacemos? Detrás de los chopos, un ailanto, creo, con sus hojas ya oscurecidas, ocres ya, muchas. Más lejos, árboles copudos que no identifico pero árboles, amadas presencias, compañías inigualables. Sin árboles, ¡qué horror la vida! Por eso me gusta tanto Madrid, porque tiene muchos árboles, siempre árboles...Ahora se ha calmado el viento, y la tranquilidad predomina en las hojas que tienen una existencia pletórica. No saben que van a morir. Perfecto. ¿O si lo saben? No, son superiores, no conocen esa suerte, y, además, conocen su renacimiento. Cernuda tenía razón. A ellas me enconmiendo, a su  existencia verdadera me sumo, con la esperanza de ser como ellas. Se caerán pero volverán a alzar el vuelo. Yo me caeré y no sé qué será de mí. Por eso tiene sentido la poesía porque adivinas en el corazón de otro un destino probable al que agarrarte con esperanza. Por eso me gusta tanto ese poema de Cernuda. 


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