Publicado por: Ángel Rupérez


Veo a un antiguo amigo en una foto de periódico. Mi reacción al verle es de una simpatía total, con muchas ganas de reencontrarme con él y conversar con él…La memoria saca a relucir inmediatamente imágenes del pasado, todas ellas agradables, todas ellas exponentes de una auténtica amistad. Esa misma memoria no escarba en absoluto en acontecimientos que hubieran podido ser decepcionantes, en su día motivos de disgusto. Al verle en el periódico esta mañana – o ayer, o anteayer -, nada de eso me vino a la memoria. Lo que me vino inmediatamente fue una gran simpatía que, sin duda, rescataba lo mejor de él y lo mejor de mí. Fueron felices y prometedores tiempos de amistad, en la que yo creía profundamente entonces.

La tentación que se me ocurre es llamarle, a lo mejor tiene el mismo teléfono de entonces, que conservo en la agenda. O a lo mejor puedo acudir a su cargo de ahora, no será difícil localizarle. Puede que se ponga, ¿quién sabe? La última vez que le vi fue en una comida familiar que surgió porque nuestros hijos mayores se habían hecho amigos, ¡oh casualidad! La comida fue muy agradable, extremadamente agradable. No sé por qué no seguimos viéndonos. Sí que sé que hablamos de Patrick Modiano, pasión de ambos. Creo que luego tiré de esa conversación y escribí un relato que ha aparecido en mi libro Las lágrimas necesarias. El relato se titula Sensación de vacío…que hace alusión a una maravillosa frase de Modiano, una de las muchas suyas inolvidables que reza así:

“Tuve una sensación de vacío que me era familiar desde la infancia, desde que había comprendido que las personas y las cosas nos abandonan o desaparecen un día”.

Inmediatamente después de ese inusitado ataque de afecto y de nostalgia, enmarañados inextricablemente los dos, formando parte los dos del mismo proceso mental, un asedio experimentado como un divino regalo de la casualidad, me veo pensando que soy un chiflado y que siempre me atrapan con sus poderosas garras las corrientes que proceden de esos pasados mágicos. Un chiflado total, me digo a mí mismo. No tiene el menor sentido. ¡Tantos años después! Se me viene esta imagen real a la cabeza, con la que no contaba, que no sé dónde hibernaba: mi amigo vocea desde la calle, llama al otro amigo que está conmigo en mi casa, ¡Vámonos, X.!, ¡Vámonos! Yo me asomo, le calmo, le digo que ya baja, y me cuesta creer la escena, parece una escena de pueblo, o de lejana ciudad de provincias – mi Burgos natal, por ejemplo – pero ocurre en el centro de Madrid, en el barrio de Chamberí concretamente, donde vivía entonces y donde sigo viviendo ahora. ¿Acaso mi antiguo amigo sentía celos de que su gran amigo X hubiera redescubierto una amistad conmigo después de años de no vernos en absoluto? Pudiera ser, ahora que lo pienso, pero eso no influye en la sensación de vértigo que me invade al verme preso de una nostalgia que es pura ilusión, puro sueño…

A pesar del impulso inicial, completamente irracional, motivado por una foto que reaviva remolinos que yo creía enterrados en lejanos cementerios de la memoria, no creo que llame a mi antiguo amigo porque, de hacerlo, ¿de qué hablaríamos? ¿Cómo llenaríamos todos estos años sin vernos? ¿Cómo resumir la vida en esas condiciones? Sería una locura, es una locura. ¿Por qué nos distanciamos hasta ese punto? ¿Qué ocurrió para que sucediera tal lejanía que lo ignora todo de la vida del otro? El impulso perdura porque cree que las cosas se pueden recuperar gracias a un milagro que se llama el tiempo recuperado, a lo Proust. El impulso es exactamente recrear el tiempo pasado para reanudar desde él una vida distinta que conservara lo mejor de los dos y así enriqueciera la vida de ambos. Un sueño total, una locura absoluta, una completa irrealidad.

Por tanto, puesto que la racionalidad se impone, no le llamaré, en absoluto lo haré. El impulso quedará sofocado como una hoguera apagada de la que solo quedan cenizas humeantes. Sin embargo, si me hago una pregunta, in extremis, quizás para construir un puente ilusorio en el que hubiera una cierta reciprocidad que dejara la soledad momentáneamente aparcada: ¿habrá pensado él alguna vez en mí? ¿Habrá tenido parecida tentación de volver a hablar conmigo, aunque solo fuera para renovar nuestra pasión por Patrick Modiano?


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