Publicado por: Ángel Rupérez


*Salgo a pasear y me apodero de la temperatura como si fuera sangre. ¿El aire es sangre incorporado a la sangre? ¿Ahí vive Berrio? ¿Qué será de él? Ráfaga rápida sobre su existencia, refugiada en su particular lejanía. Todos somos lejanía para todos pero la frecuentación produce el espejismo de la cercanía, que es una forma de integración fácil en la otredad de los otros. Digo fácil, lo cual no quiere decir real. Los otros siempre son ajenos, pero la proximidad física nos los acerca y entonces sucumbimos al calor de lo familiar, que es un verdadero sueño del amor compartido. Un milagro al alcance de la mano, pero no fácil, más bien difícil. Como hace mucho que no veo a Berrio, ¿qué será de su lejanía? ¿Seguirá siendo tan lejano como siempre lo fue? ¿No podré entonces anular esa lejanía, ni siquiera en sueños? Paso de largo, me adentro en otras ocurrencias, en otros espejismos, haciéndome cargo de la vida que corre sin pedirnos permiso sobre sus lontananzas.

*Bishop y Jünger, Jünger y Bishop. No imaginaba que Jünger me fuera a interesar tanto. ¿Por qué me interesa ahora si antes no me interesaba apenas? O eso creía. Creía que era un pesado, una especie de plasta con ínfulas metafísicas. Ahora compruebo que cala en lo que ve y que monta sobre ese ahondamiento reflexiones que importan, y que tienen la textura de lo físico, puesto que arrancan de lo material. En cuanto a Bishop, no sospechaba que fueran tan buena poeta, buenísima poeta, en un país de muy buenos poetas, empezando por los grandes del XIX: Whitman y Dickinson, Dickinson y Whitman…Ser un digno sucesor de esas luminarias y no sucumbir es ya todo un ejercicio de soberanía, solo al alcance de los que tienen experiencia propia, que no es lo mismo que ser un poeta de la experiencia, como decían por aquí.

* Horroroso el poema que leo en el metro de un poeta español casi de mi edad. De una banalidad insultante, casi para llorar. Como venía leyendo en el metro a Schopenhauer, de la mano del francés Houellebecq - que ha escrito un apasionado encomio sobre el gran filósofo alemán -, se me ocurre pensar si este tipo de gente sentirá sobre su cogote la amenaza de saberse insignificantes a pesar de que sus triunfos les hagan pensar lo contrario. En un pasaje de sus geniales Parerga, el filósofo alemán dice que esa gente no se llama a engaño y que sabe exactamente lo que son. “Yo sé muy bien que soy insignificante…” Schopenhauer es siempre agudísimo pero bien pudiera ocurrir que la vanidad echara un cerrojo sobre la lucidez – siempre muy costosa - y que alguien que ha escrito eso que viaja en el metro crea que puede representar dignamente la misión que la poesía encarga a los que se comprometen a no usar su nombre en vano…


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