COPA DORADA
29-09-2019

Publicado por: Ángel Rupérez


Según me dispongo a desayunar encaramado en mi trono celestial - el mirador que da a la calle, colmada a esa hora de silencio y del despertar de los árboles -, observo, mientras muerdo con hambre mi rebanada de pan de centeno, recubierta de tomate, queso fresco, orégano y aceite de oliva - parezco un nutricionista -, observo, digo, que la copa de la acacia que tengo casi enfrente esta cubierta a esas horas de un capa de  luz dorada del primer amanecer. Como acostumbro, me quedo mirando y dejándome invadir por el asombro que me produce la escena y que he visto mil veces, cada vez con matices distintos, dependiendo de la inclinación del sol y, por tanto, de cada época del año. Ahora ya estamos en el primer otoño, y se nota que la luz, aun siendo potente aún, tiene un matiz más leve, como de caricia más que de fuego ardiente. Es esa suavidad la que me cautiva y me prenda y me llena de una especie de placer que me ha sentirme contento, absolutamente contento, y, al final, agradecido por disponer gratis de semejante espectáculo que, además, previsiblemente se repetirá mañana. Esa es la parte grandiosa de la vida que me gusta resaltar siempre, lo acostumbrado convertido en excelsitud para los sentidos y para el alma, puesta esta es una creación de aquellos, sin ninguna duda. Así, por los ojos advertidos se produce un descubrimiento que se traduce en un encomio de la vida sencilla, la que se ofrece sin más a la atención desprevenida. De ese modo, lo que existe se renueva día a día, como si fuera nuevo cada vez. Cualidad que parece ser propia de la infancia pero que no es difícil recuperar en la vida adulta, si somos capaces de dejarnos asaltar por ese asombro que que produjo la realidad en aquello ojos que no nos han abandonado, puesto que, como decía William Wordsworth, somos hijos de él. Me costó entenderlo pero ahora lo entiendo a la perfección: "El niño es el padre del hombre", dijo en su día el poeta inglés. Exactamente: porque soy hijo del niño que fui soy capaz de asombrarme día a día como me enseñó a hacerlo aquel infante que nunca me abandona y cuyos ojos me donó para siempre. Es así. Y doy gracias porque haya sido y siga siendo así. 


Escribe una reseña
Todavía no hay ninguna reseña.