ARDE LA PARED
11-07-2019

Publicado por: Ángel Rupérez


¡Qué distinto que arda la pared a que arda el mar! ¡Que me perdone Gimferrer, que nunca leerá esto, de no ser que algún espía le avise! El mar tiene esa inmensidad que le avala, ya solo por ser inmenso, inabarcable. Y tiene ese hechizo también por ser cercano, donde los ojos acuden a pastar sus éxtasis de mansos recorridos por sus aguas lisas u onduladadas, o algo encrespadas, con el fanático viento sur azuzando la Bahía de Santander, lugar sagrado para mí, o el paseo de Reina Vistoria, ídem de ídem, con aquellas extensiones azules cercadas por la vista para que declararan su amor a existir para regalar su amor a la vista que las ama. Comprendo a Gimferrer, pero lo mío de esta tarde es infinitamente más prosaico pero no por ello menos divino. Estaba en mi vida cotidiana dulce y serena, refugiadamente veraniega - recluido en ese cuartito atestado de libros adonde no llega la torridez inmisericorde madrileña -, releyendo La cartuja de Parma, cuando decido ir a la cocina a ¡tomar alguna fruta de merienda! Mi pasión, las frutas, digo de paso. Estaba en esas, cuando miro por la ventana que da a un patio estrecho, casi de celdas de monasterios antiguos - se me ocurre, aunque no sé con qué fundamento -, cuando veo cómo arde el sol en una de las paredes, creando un resplandor sumamente intenso, como de miles de lámparas proyectando su luz sobre esa superficie blanca y ahora inabarcablemente blanca, como el mar inabarcable. Arde la pared, he pensado, tal vez recordando el título del poeta catalán, en el que hacía siglos que no pensaba. Pero, como tengo dicho, la memoria es así de caprichosa, te trae y te lleva adonde le da la gana, y nunca explica por qué actúa así. Es más, en el colmo de los colmos he pensado en la austeridad absoluta convertida en celebración de la existencia, uno de mis lemas, sin duda. Austero, sobrio, hasta el extemo si es necesario. ¿Y qué siginifica eso? No significa nada, basta con que exista y llame la atención a los ojos, los divinos regalos de que disponemos para abrazar el mundo en su inabarcable generosidad, como el mar y como la pared iluminada del patio de mi casa, parecida al mar.


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